28 Apr De lenguas y nacionalismos en los Balcanes
¿Hablan Serbia, Croacia, Bosnia y Montenegro una lengua común? El lingüista Ranko Bugarski tiene claro que sí, a pesar de que el lenguaje siga siendo instrumentalizado por las respectivas élites políticas para dividir.
Govorite li zajednički
Ranko Bugarski
Biblioteka XX vek, 2018
Ranko Bugarski es un hombre elegante. Uno de los mayores expertos en lingüística que dio Yugoslavia. Académico, editor, experto en estructura de la lengua inglesa, tiene formas mesuradas aunque determinación cuando tiene que expresarse con rigor. No hay estudiante exyugoslavo que no relacione su nombre con los libros de la escuela. Él, como otros muchos lingüistas de la región, no tiene dudas al respecto: el serbio, el croata, el bosnio y el montenegrino son un mismo idioma. Y, sin embargo, se llaman de forma diferente.
En 1998 se estrenaba la película serbia Rane, un recorrido por el subsuelo de la vida criminal en Serbia durante los 90. La película, repleta de guiños cómicos y con un tono melodramático muy local, se estrenó en Croacia. La risotada del público fue sonada cuando vieron los subtítulos en croata. Aparte de alguna palabra o letras sueltas, no había diferencias significativas. Una década después la editorial croata Golden marketing–Tehnička knjiga traducía de la lengua serbia al croata el libro Los serbios entre las naciones europeas, del historiador Sima Ćirković. El editor del libro dijo: “tenía sentido su publicación en croata a razón de la terminología y la acogida de los lectores croatas”.
Algo similar debió de pensar el embajador de Croacia en España que en 2010 escribió en el diario El País: “El idioma croata nunca ha sido serbio, así como el serbio nunca ha sido croata. Si dos interlocutores se entienden mutuamente, eso no quiere decir que hablen el mismo idioma”. Lo cierto es que preguntados por esta cuestión, dos reputados eslavistas estadounidenses determinaron que la diferencia entre el serbio y el croata era equiparable a la diferencia que hay entre el inglés británico y el estadounidense. Es decir, el planteamiento es a la inversa: que dos personas hablen el mismo idioma no implica que se entiendan o que quieran entenderse.
Los especialistas sitúan la ruptura del serbo-croata o croata-serbio en 1967 en Zagreb, con la Declaración sobre el nombre y la situación del croata. La independencia en Croacia y la fragmentación yugoslava afianzó la voluntad de las élites gubernamentales de oficializar un idioma distinguible del serbio, que durante la época yugoslava se denominaba de forma diferente en Serbia y en Croacia, aunque la comunicación fuera clara y fluida a un lado y a otro. Han sido una causa de sonrojo, risión o indignación los esfuerzos institucionales croatas por estrechar o deserbizar el léxico croata. La lingüista croata Snježana Kordić ha denunciado estas prácticas en su libro Lengua y nacionalismo. Critica a los académicos croatas por depurar la lengua clasificándola en términos de croata y no croata.
Desde Serbia la reacción la explica el analista Teofil Pančić, haciendo el símil con la costilla de Adán. El croata, el bosnio o el montenegrino surgirían de un caldo primigenio, que es el idioma serbio. Estos idiomas vendrían a ocultarlo, atribuyéndose una falsa originalidad o singularidad que no esconde más que un enconado antiserbismo. Sin embargo, la política institucional serbia no ha sido ajena a su tendencia igualmente nacionalista. Ha reconocido constitucionalmente como único alfabeto oficial el cirílico, cuando el alfabeto romano ha sido históricamente de uso habitual y, paradójicamente, también se enseña en las escuelas.
El bosnio y el montenegrino han generado más polémica todavía porque son idiomas recientemente estandarizados. En Bosnia y Herzegovina las tres lenguas oficiales son el serbio, croata y bosnio. Si uno compra una cajetilla de tabaco podrá ver repetida la misma frase (“fumar mata”), solo que en serbio está en cirílico (pušenje ubija, pušenje ubija y пушење убија, respectivamente). Nacionalistas serbios y croatas en Bosnia y Herzegovina han buscado que los bosníacos (bosnios musulmanes) estandaricen el bosníaco; lo sustituyan por el bosnio, de tal manera, que el idioma de los bosníacos sea también etnificado. Según ellos, la oficialización del idioma bosnio estaría ocultando la existencia de serbios y croatas, y sus respectivas lenguas, en Bosnia. El problema para ellos es que la mayoría de la población bosnia es bosníaca.
La nueva ortografía montenegrina ha buscado incorporar dos letras nuevas al alfabeto, con la idea de potenciar sus especificidades respecto a los otros tres idiomas. Sin embargo, ni el propio Parlamento montenegrino terminó utilizándolas. En los 80 en Yugoslavia un grupo de humor bosnio se hizo muy famoso: Top Lista Nadrealista. En una de sus piezas humorísticas ya míticas hacía burla con esta cuestión. Los cómicos creaban seis idiomas a partir el serbo-croata o croata-serbio: el serbio, el croata, el bosnio, el hercegovino, el montino y el negrino. Como ocurrió con otras bromas de este grupo desternillante, su humor se hizo premonitorio.
En 2016 varias organizaciones iniciaron una campaña denominada “Declaración sobre una lengua común”, que viajó a Zagreb, Belgrado, Sarajevo y Podgorica, con mesas redondas donde participaron hablantes de las cuatro lenguas en cuestión. A ella se sumaron más de trescientos reputados intelectuales –el último el estadounidense Noam Chomsky–, y hasta la fecha más de 9000 personas han firmado el documento. La declaración sostiene que este idioma es una lengua policéntrica y que cada Estado puede estandarizar la lengua que comparten sus ciudadanos, pero denunciaba la segregación lingüística en las instituciones públicas y educativas. La política represiva que emergía bajo la codificación de estas lenguas y la ausencia de libertad en los campos literarios, artísticos y mediáticos. En definitiva, la estandarización rígida de las cuatro variantes afectaba negativamente a la riqueza y variedad lingüística, impidiendo, indirectamente, una comunicación en términos de igualdad entre los usuarios de estas lenguas.
Estas iniciativas tienen su lógica cuando uno acude, por ejemplo, a una librería croata, y se puede encontrar a los autores serbios en un apartado exclusivo de “literatura serbia” porque no encaja ni en las baldas de lenguas traducidas ni en las baldas de la lengua local. Una escena muy habitual, cuando se tratan por primera vez serbios, croatas, bosnio y montenegrinos, es dedicar unos primeros segundos de diplomacia regional a ponerle nombre a esa lengua local que comparten bajo fórmulas tales como “nuestra lengua”, “la común”, “b/h/s”… Un entrampado territorio que interrumpe la naturalidad de la comunidad entre individuos. Como también, las protestas constantes de los turistas extranjeros, por tener las placas de los nombres de las calles en cirílico, llevaron a la ciudad de Belgrado a rectificar y utilizar un alfabeto doble.
Las políticas lingüísticas en los cuatro Estados han ido paralelas a la escalada del nacionalismo, bajo el criterio de si “pueden ellos, nosotros también”. Bosnia y Herzegovina es el país donde estas fricciones son más acusadas, por la compleja convivencia interétnica entre serbios, croatas y bosníacos. En la ciudad de Mostar, compartida por croatas y bosníacos, las aulas están divididas por nacionalidades. Tienen programas educativos diferenciados y, por tanto, también lingüísticos. Algunas bromas han cobrado especial significado. Los aseos son los únicos espacios escolares donde pueden interactuar en un mismo idioma o, irónicamente, se relacionan en los ratos libres cuando comparten un cigarrillo. Una alumna entrevistada para una investigación decía: “fumar no mata, sino que une”.
Sin embargo, iniciativas como la Declaración, o recientes manifestaciones, como en la ciudad de Jajce, donde los estudiantes croatas y bosníacos se manifestaron contra la segregación étnica, prueban tanto la conciencia de la unidad de la lengua, como las barreras impuestas por las instituciones para mantener los chiringuitos étnicos, que reportan más réditos a los políticos que a sus votantes, enfangados en el barro nacionalista. Conscientes de ello, los ciudadanos, con sarcasmo, han manifestado su desencanto con la clase política bajo eslóganes tales como “¿en cuál de los tres idiomas quiere que hagamos restricciones de agua?”, “tenemos hambre en los tres idiomas” o “queremos un canal de televisión porno en bosnio”. Como sea, los conflictos en torno al idioma pueden ser un buen termómetro de las malas relaciones vecinales, pero también del compromiso cívico de los ciudadanos contra la segregación lingüística.
Ranko Bugarski nació en la Yugoslavia monárquica. Estudió en un idioma que por aquel entonces se llamaba oficialmente el “serbo-croata-esloveno”. Aunque conformado por dos idiomas diferentes, había en su planteamiento una vocación de unión muy diferente a la actual. Hoy, con la friolera de 85 años, acaba de publicar un libro titulado con una pregunta de fácil respuesta Govorite li zajednički (¿Habláis una lengua común?). Académico y comprometido con la razón, uno aprecia cierto sinsentido en que alguien de su bagaje intelectual destine sus energías a convencer a los demás de lo obvio. Hace falta llegar al ridículo para justificar a los que, teniendo poder, recurren a un mismo idioma para intentar inútilmente incomunicar a los ciudadanos. Sin embargo, existe el riesgo de que una nueva generación limite su capacidad de comprensión y expresión, y que la lengua siga siendo instrumentalizada por los respectivos nacionalismos para dividir a la población. Cuando de lo que se trata es de hablar, no está de más hacer caso a los que de verdad saben, a los lingüistas como Bugarski.